Más horas de clase, menos aprendizaje: ¿qué pasa en las salas de clase en Chile?
Más horas de clase, menos aprendizaje:::La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), presentó el informe Education at a Glance 2018. Dentro de los diversos temas que aborda, analiza qué pasa en las salas de clases y, nuevamente, demuestra que tenemos mucho que problematizar, mejorar y construir en la materia.
Lo primero que se destaca es que los niños y las niñas chilenas –de primero a sexto básico- están 1.039 horas anuales en clases. Ello significa que en 6 años, pasan 6.233 horas en el aula, siendo el promedio OCDE de 799 horas anuales y 4.620 horas en el mismo período de escolaridad comparado.
Lo segundo que destaca el informe es que, en promedio, los estudiantes de países OCDE, tienen fuera de sus establecimientos educacionales, múltiples y mayores recursos culturales y educativos a su disposición, lo cual favorece que aprendan de manera acumulativa en todos los espacios que participan como ciudadanos y ciudadanas.
Si comparáramos esta realidad con nuestro país, podríamos decir que, en nuestras poblaciones y barrios, sólo la temática de las áreas verdes y seguridad ya nos obliga a recrearnos desde niños y niñas, de otra forma. Por ejemplo, en la cultura del encierro, de la descomunicación sociocultural y la virtualidad obsesiva. En muchos casos, no existen otras opciones.
En tercer lugar, el informe da cuenta de que los y las profesoras chilenos/as están en promedio 1.064 horas lectivas en el aula, lo cual en relación al indicador respectivo de los países considerados para este estudio, supera en casi 300 horas anuales nuestra realidad laboral docente. Es decir, a pesar de los “esfuerzos” por generar mejores y mayores tiempos para los desafíos que contiene el trabajo docente, aún se mantiene la idea que el profesor sólo hace clases.
La pedagogía requiere no sólo tiempo, sino que debe ser reflexionada, discutida, intencionada y compartida. La pedagogía requiere explorar nuevos caminos, descubrirlos, implementarlos y evaluarlos. Estar en la sala de clases no puede ser una rutina, un sufrir. Estar en la sala de clases es conversar, estar y ser en el mundo, sobre mi comunidad, sobre lo que siento y quiero, sobre lo que sentimos y queremos.
La sala de clases es un ahora, es un proyecto situado. No puede ser homogéneo ni ser invisibilizador de infancias. Ser niño y niña en un contexto que niega, es ser un ave en una jaula: se sigue siendo ave, pero se pierde su esencia, pues el volar da libertad, posibilidad, experiencia.
Entonces, en este escenario, me pregunto qué es lo que podemos analizar y compartir para tensionar la mirada y resignificar estos antecedentes presentados. Qué es lo que podemos reflexionar como educadores y pedagogas, como ciudadanos y ciudadanas.
Para quienes creemos en una pedagogía crítica y ciudadana, que se construye desde el diálogo, reflexión y acción conjunta para avanzar hacia las transformaciones que requiere la educación, lo primero que podemos concluir es que la ecuación más horas en clases con menos horas para la pedagogía, no significa mayores y mejores resultados. Por el contrario, precariza todo, especialmente a quienes asisten y trabajan en aulas-escuelas situadas en contextos de pobreza.
Por tanto, lo que sucede o no sucede en esas horas de clases no es sólo responsabilidad de los y las educadores/as, como a algunos les encanta concluir, sino que particularmente es el Estado el que debe generar las condiciones indispensables, no mínimas, para recrear un proyecto país que favorezca a las personas, los niños y niñas, las comunidades educativas, y no sólo los resultados de algunos por sobre otros/as.
Las razones o argumentos que esgrimen los especialistas conservadores de nuestro país, en un tiempo de profundas transformaciones educativas, particularmente para la educación básica nacional, pues no consideran las necesidades e interés de los niños/as, de las docentes, de las familias. Se les invisibiliza y exigen habilidades, logros y resultados que no pueden aislarse de las inequidades e injusticias aún existentes en nuestra sociedad.
La infancia no es un producto, no es un artefacto. La infancia es exploración, creatividad, juego, lenguaje y convivencia. Es experiencia y bienestar. No podemos seguir el camino actual… debemos buscar nuevos senderos.
Es más, si quisiéramos tensionar aún más la mirada, podemos afirmar que si algo hoy se aprende en las escuelas, con tanto tiempo en la sala de clases, con tan escaso tiempo para repensar la escuela, las prácticas pedagógicas y, bajo condiciones salariales insuficientes; es a ser más capitalistas, más individuo, menos comunidad, menos persona. A ser menos infancia.
Relacionar, por tanto, algunas de las variables presentadas en el informe –por ejemplo, horas en aula de los/s estudiantes y horas de trabajo docente- pone en evidencia que las condiciones para generar mejores aprendizajes no están siendo las que nuestras escuelas y comunidades requieren.
Por el contrario, si las profesoras y profesores de Educación Básica no tienen el tiempo necesario y suficiente para planificar, diseñar experiencias significativas de aprendizajes, dialogar con sus colegas y comunidad, conocer a sus estudiantes, evaluar sus procesos formativos, conocer a sus apoderados y familias, diseñar materiales curriculares, diversificar sus instrumentos evaluativos, leer y ser partícipe de la cultura escolar y comunitaria, recrear y tener espacio para la cultura, el arte, el deporte, en fin, para ser ciudadanos y ciudadanas, es remotamente imposible visibilizar e identificar lo que pueden realizar y, por cierto, lo que les sucede y necesitan aprender sus estudiantes.
Más horas de clases, menos aprendizajes, parece contradictorio, pero no lo es. Pues si no cambian las condiciones de inequidad, de agobio burocrático a los y las docentes, y las representaciones sociales neoliberales de los especialistas sobre la infancia y sus discursos; al parecer, todo seguiría estático o similar.
Sin embargo, los y las estudiantes chilenos aunque viviesen dentro del aula todos los días, todas las horas, no todes aprenderían lo que la sociedad capitalista les quiere enseñar. Pues silenciosamente resisten, se organizan, sueñan y actúan, nos dan señales, nos desafían. No quieren más notas. Quieren jugar y compartir, no quieren leer lo que nos gusta a los adultos, sino lo que les motiva. No quieren estar solos ni quieren ser tratados como iguales, sino respetados y educados en la diferencia.
Pues ese es el gran camino, la posibilidad, como diría el educador Paulo Freire. La esperanza. Es tiempo de decisiones. Podemos cambiar y podemos insistir-resistir. No es casual que el aprendizaje está en todos lados menos en la sala de clases, según la OCDE. Es tiempo de comunidad y participación, y qué mejor enseñanza, qué mejor aprendizaje.