Las clases al aire libre comprometen a los niños con su educación
A principios de año, la revista Frontiers in Psychology publicó un estudio que destacaba la importancia del aprendizaje al aire libre. Tras pedir a profesores de 3° básico que salieran al patio y trataran de enseñar de la misma forma que lo hacían cuando estaban entre cuatro paredes, investigadores de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign concluyeron que tras una lección fuera del aula, los alumnos se mostraban mucho más comprometidos con su aprendizaje.
“Niños y adultos se concentran mejor después de pasar tiempo en la naturaleza. Estar expuesto a ella aumenta la motivación de los niños y reduce su estrés”, comenta a “El Mercurio” Frances E. Kuo, una de las autoras del estudio. Entre otras cosas, su texto destaca que después de una clase al aire libre, los estudiantes interrumpen menos a sus profesores. En su investigación, el número de veces que estos pidieron a los niños que se sentaran tranquilos o se pusieran a trabajar se redujo a la mitad.
Esta semana, los beneficios del aprendizaje al exterior de la sala de clases fue un tema que trataron especialistas de los ministerios de Educación y del Medio Ambiente. Con ellos se reunió Pete Higgins, profesor de Educación en la Naturaleza y Educación Ambiental de la Universidad de Edimburgo, además de director del Centro de Experiencias en Educación para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas en Escocia.
Invitado por las fundaciones Ibáñez Atkinson, Cosmos, Caserta e Ilumina a participar como expositor en un seminario que organizaron en conjunto, durante su paso por Chile el especialista destacó que para enseñar fuera de una sala solo hace falta un cambio de mentalidad. “Si alguien puede enseñar en interiores… ¿por qué no podría hacerlo al aire libre?”, se pregunta.
Enseñar en exteriores pasa por impartir la misma materia que se enseña dentro, pero fuera. También implica planear un paseo o una clase especial aprovechando la naturaleza. “Un profesor de matemáticas puede salir a enseñar su clásica lección fuera, o puede decir que en realidad las matemáticas tienen que ver con el mundo real, así que propone medir qué tan altos son los postes de las calles usando trigonometría. O puede que pida a sus alumnos tirar pelotas en una cancha para ver si logran calcular la matemática de una parábola”, ejemplifica Higgins.
¿Por qué esto y por qué lo otro?
Eligio Salamanca -profesor que en 2016 ganó el Global Teacher Prize Chile al mejor docente del país- saca provecho del huerto que hay en el patio de la Escuela de Quelhue, en la Región de La Araucanía, donde enseña. “Uno logra que los niños comprendan de forma más contextualizada el contenido. Como la medición de longitudes: vamos al huerto y les pido que midan los espacios en los que se va a sembrar”.
Los paseos tampoco faltan. Después de preguntarles a los 2° básicos cómo imaginaban los límites de Chile y recibir respuestas que hablaban sobre muros de ladrillo, zanjas y alambrados, este profesor optó por organizar una salida al paso fronterizo Mamuil Malal.
Cuando se le pregunta si es cierto que los escolares se inquietan mucho al salir de la sala, Eligio Salamanca lo desmiente. “Lo he conversado con otros profesores de otras escuelas y coincidimos en que ocurre lo contrario, porque se autorregulan. A veces pasa por miedo, porque si es un lugar que no conocen, andan cerca de uno”.
Higgins está de acuerdo. “El tema de la disciplina es una preocupación justa. Lo que generalmente ocurre es que cuando los niños salen, corren un poco y después se restablece la disciplina”. Más allá de aquellos con necesidades educativas especiales, “la mayoría de los niños no sigue corriendo, entienden las reglas del colegio. La gente cree que va a ser un problema y una vez que lo prueban se dan cuenta de que no es así”.
El especialista escocés -quien además asesora al gobierno de su país en esta materia- indica que “como adulto no hay un ambiente que pueda imaginar que sea como una sala de clases. Es extraño pensar que uno pudiera estar tomando un café y alguien apareciera, se instalara al frente y nos dijera qué debemos pensar sobre este”, indica.
La investigación sobre educación al aire libre también muestra que ayuda a que los niños hagan cálculos mentales más rápidos y desarrollen de mejor forma su pensamiento crítico.
“Si se ve agua, a los alumnos se les puede preguntar qué saben sobre ella. Y puede que digan que el agua que ellos reciben sale de la llave… entonces hay que hacer que piensen de dónde viene, qué pasa con el cuerpo si no hay agua para tomar, cuál es su composición química. Lo que se intenta es que los niños se den cuenta de que pueden cuestionar todo: por qué esto y por qué lo otro”, dice Higgins.
“El rol del profesor es seguir impulsando las preguntas para que los jóvenes indaguen cada vez más profundo“.